A mediados del siglo XIX, Marcelino Sanz de Sautuola, hidalgo montañés que pasó a la historia como el descubridor de las pinturas de Altamira, convirtió la finca familiar de Puente San Miguel, ubicada en pleno corazón de Cantabria, en un peculiar jardín. El afán de conocimiento y el espíritu científico de don Marcelino, lo llevaron a crear un jardín único en su época, poblado de una gran variedad de plantas exóticas. Tras su muerte, su hija María heredó la finca que años más tarde pasó a manos de su primogénito, Emilio Botín Sanz de Sautuola. Él supo preservar el antiguo jardín que plantó su abuelo, y mantuvo viva su filosofía de respeto por el desarrollo natural de los árboles. Además añadió a la finca nuevos terrenos, donde creó espacios más abiertos como el jardín de Winthuysen o el jardín nuevo, rincones verdes y sugerentes que hoy forman parte del Jardín Histórico de Puente San Miguel, un jardín ligado a una familia, generación tras generación.