La cultura es indiscutiblemente un hecho político. A lo largo de los siglos, el arte, el pensamiento y la cultura han avalado o puesto en tela de juicio las realidades políticas desde esta privilegiada posición que Foucault definió como 'las torres de marfil'.La eclosión de las industrias culturales y la generalización del mercado cultural ha creado una enorme fractura en esta dialéctica histórica, de tal manera que a los postulados críticos del arte le acompaña un mercadocomercial no siempre sujeto a este papel demiúrgico que tradicionalmente ha tenido la cultura.En los últimos años, hemos asistido a una notable institucionalización de la cultura, hasta el punto que no pocos intelectuales cuestionan su legitimidad. Sin embargo los postulados del Estado del bienestar la abocan a escenarios de servicio público donde no son extraños los debates sobre financiación, consumo, o derechos de los artistas y de los ciudadanos.¿Cultura y política viven un idilio o se dan la espalda por miedo a