El Salvador ha entrado en un círculo vicioso de violencia contra violencia al que nadie encuentra salida. A un lado, las fuerzas del orden, tentadas de apartarse de la ley; al otro, las maras: miles de jóvenes sin futuro dispuestos a pagar con su sangre por el espejismo de una razón para vivir. En medio, un país desangrado en el que el discurso de la fuerza conquista el voto del miedo.