Imaginemos un mundo sin carreteras, sin mapas, sin señales de tráfico ni carteles indicadores, y desde luego sin vehículos a motor ni GPS. El paisaje, siendo el mismo, cambia para nosotros. La orografía, el relieve, los ríos y accidentes geográficos, a los que generalmente, en nuestros antropizados recorridos hacemos caso omiso, devienen fundamentales. Esta era la situación tres mil años atrás, durante el primer milenio antes de Cristo, cuando en la confluencia del Araya con el río Tajo, cerca de Garrovillas de Alconétar, en lo que aparenta ser un pequeño cerro con una cresta de berrocales, de afloraciones graníticas, se levantó un modesto castro amurallado...