El consumidor particular y los mercados son cada vez más exigentes en un mundo de comercio global. Queremos que nuestra cesta de la compra esté limpia de mácula: que no perjudique al medio ambiente, que no dañemos a los animales, y que no suponga una explotación laboral para terceros. Las empresas productoras lo saben y por eso incluyen certificaciones que lo acreditan. Así pues, la demanda de certificados crece sin parar, y con ella, también la oferta de empresas auditoras, dispuestas a certificarlo todo. Es el caso del certificado energético de la vivienda, que ha supuesto trabajo para miles de profesionales en apuros. Unos y otros, obligatorios o no, lo cierto es que la fiebre de los certificados ha generado numerosos puestos de trabajo, pero, por otro lado, para las empresas, supone un gasto extra que no siempre pueden asumir.