Carmen y Conchi eran dos fumadoras empedernidas, de las de dos cajetillas diarias, hasta que probaron el cigarrillo electrónico: “lo había probado todo, parches, chicles, por las bravas, y nada. Solo me ha funcionado esto, el vapeador, y llevo siete años sin fumarme un cigarro”. Es la sentencia de Carmen ante la mirada de Xavi, el dependiente de una de las tiendas especializadas que suministran estos artilugios y los líquidos que se usan. “Esto lleva una batería y un pitorro. Se pone el líquido dentro, que puede llevar nicotina o no, se calienta y listo. Es un 95% menos perjudicial que el cigarrillo”. Ese argumento, el de que es muchísimo menos tóxico que el tabaco convencional es el que repiten constantemente los vapeadores, y con el que reclaman al ministerio de sanidad que utilice estos dispositivos (que no contienen tabaco y por tanto no se venden en estancos) para dejar de fumar, y no solo pastillas, parches y chicles. De hecho hay países donde sí se hace, como Gran Bretaña. Pero