Hasta mediados del siglo pasado, el litoral español estaba festoneado por un amplio número de lagunas. Eran la vía de comunicación entre los sistemas oceánico y continental, e intercambiaban, en los dos sentidos, agua, materia y energía, motores inagotables de diversidad biológica. Hoy, la superficie de estas lagunas está reducida a su mínima expresión, rodeadas por urbanizaciones, calles y carreteras.