A principios del siglo XX, el doctor y empresario Raül Roviralta i Astoul, eligió el paisaje agreste de la Costa Brava para construir en él su residencia de campo, inspirada en las villas italianas. Los jardines de Santa Clotilde, que rodean la casa y descienden en terrazas hacia el mar, fueron para Raül Roviralta un proyecto de vida y siempre participó activamente en la obra. Encargó su diseño al arquitecto Nicolau María Rubió i Tudurí, por entonces recién licenciado, pero que terminaría convirtiéndose en el máximo exponente del paisajismo mediterráneo. Él supo conjugar el orden y la simetría de las formas clásicas con la esencia del jardín renacentista y creó en Santa Clotilde un lugar de belleza delicada y sobria, donde el blanco de las esculturas contrasta con el verde de la vegetación y atrae la mirada de los visitantes. Un lugar donde se borran los límites entre el arte y la naturaleza, un jardín integrado a la perfección en el paisaje agreste de Lloret de Mar.