Miquel Silvestre recorre las sinuosas carreteras que ascienden a los fantásticos monasterios ortodoxos en la cima de las columnas de piedra formadas por la erosión kárstica. Es un escenario casi de cuento que, sin embargo, embriaga de espiritualidad al reflexionar sobre la vida de aislamiento que voluntariamente se imponen los monjes, actualmente asediados por el turismo, del cual necesitan para obtener recursos.