Tuvo su origen en la actividad de los ropavejeros que acudían a la zona para vender ropa usada. Después, cuando allí se instalaron los mataderos de la villa, llegaron los curtidores. Y cuando el barrio era ya un enjambre comercial -zapateros, carniceros, tahonas, quincalleros-, cuando comenzó a celebrarse un mercado nutrido de oferta y demanda, aparecieron los chamarileros y los anticuarios. El Rastro de Madrid aguanta estoico el paso del tiempo. Es otro monumento de los que adornan la capital. Pero los días van dejando su huella. Hace dos siglos que en la zona comenzó a celebrarse el mercado de los días festivos. Hasta finales las últimas décadas del pasado siglo aún se levantaban puestos callejeros a diario. Ahora ya no. Ahora a la algarabía dominical le sucede un vacío de calles lánguidas. Si cada festivo el Rastro atrae a cerca de 100.000 personas que reparten curiosidad y bullicio por las tiendas y puestos callejeros, entre semana reina el silencio en un paisaje con más persianas