Paloma, atormentada por la maldición de Clarisa, tiene pesadillas en las que pierde a su hijo. Aunque intenta comportarse con normalidad, acaba mostrándose irritable en el trabajo. Ramiro calma su sentimiento de culpa instándola a centrarse en su matrimonio y su futura maternidad. Amador consigue in extremis que Sebastián, recién llegado de un viaje, venda el María Cristina a unos socios vieneses que le mantendrán en el cargo,  antes de que Clarisa logre contarle a su padre la infidelidad de Amador. Inés habilita diligentemente la nave de la fábrica Robles para la escuela parroquial, pero se siente desplazada por la llegada de Luisa, a todas luces una maestra mucho más capaz. Amador se dispone a desaparecer un tiempo de Madrid, mientras las aguas se calman, pero en el último momento Clarisa se presenta en su casa. El matrimonio intercambia unas duras palabras, y Clarisa sufre un desvanecimiento. Amador, insensible, la abandona en brazos de la tata Micaela.