El Tapón de Darién, en Panamá, es uno de esos lugares donde el derecho a migrar recogido en la Declaración Universal de Derechos Humanos se da de bruces con la realidad: 100 kilómetros de selva plagada de grupos criminales que miles de migrantes se ven obligados a atravesar por sus propios medios en su huida de la violencia y la pobreza. Los esfuerzos de varias organizaciones y del Gobierno panameño han aliviado su sufrimiento, pero queda mucho por hacer y la pandemia no ha mejorado las cosas.