En Perú, las venas del Amazonas alimentan de droga procedente de la selva no solo a los países tradicionalmente consumidores, como Estados Unidos, sino también al propio Perú en una espiral autodestructiva que nadie sabe muy bien cómo atajar. La cocaína circula en grandes cantidades rumbo al extranjero, y en pequeñas dosis por las calles del país. En lo que a los narcotraficantes respecta, poco importa quién consuma o por qué, pues no hay vida rota que no acabe reportándoles un beneficio.