El Nabucco de Verdi supone un paso adelante en el hondón moral del arte operístico. Cuando el público italiano, en una Italia aún no unida y en buena parte bajo el yugo del imperio austríaco, escuchaba el «Va, pensiero», el coro del tercer acto, se levantaba al grito de ¡Viva Verdi! Disimulaban con esta exclamación lo que la censura les vedaba decir: ¡Viva Vittorio Emmanuelle Regi d'Italia!, Viva Verdi. Aquella patria bella e perduta se inventaba poco a poco.