Tras su victoria en 1979, la Revolución Islámica ha enfrentado desafíos que han buscado acabar con ella. El primero de ellos, llegó desde Irak, apenas unos meses después de la caída del Shah. El 22 de septiembre de 1980, el dictador iraquí, Sadam Husein, desplegó su ejército en territorio persa, mientras que su aviación bombardeaba aeropuertos, incluido el de Teherán (capital), así como objetivos militares.
Después lanzó ataques contra la refinería de petróleo de Abadán, una de las más importantes de Irán, que interrumpió sus actividades.
Durante las primeras semanas, las fuerzas iraquíes lograron conquistar, sin mucha resistencia, varias ciudades en el suroeste iraní.
Sin embargo, en marzo de 1982, el país inició operaciones que revirtieron la situación. Seis años después, Irak aceptó las condiciones de Irán para poner fin a la guerra.
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