Una visita al madrileño Museo Cerralbo, y en particular a su abarrotado Comedor de gala, nos deparó un encuentro excepcional. Entre el barroquismo de la sala, dos pequeños y mínimos bodegones, representando racimos de uva sobre fondo negro. Dos obras maestras que nos llevan a trazar un relato sobre el autor ahora consagrado y a glosar su anonimato, el elegido por el artista para salvaguardar su obra contra la voracidad del mundo.