En 1921, en Jacinto Arauz, La Pampa, los trabajadores de la estiba lograron que se firmara un convenio con las casas cerealeras para mejorar sus condiciones laborales. Por entonces se los obligaba a realizar esfuerzos sobrehumanos, como cargar pesadas bolsas de cereal y trasladarlas a los galpones y a los trenes. Pero aquel convenio nunca se cumplió y fueron despedidos sin aviso. En las chapas de los galpones del ferrocarril, aún hoy se pueden leer, de su puño y letra, las barbaridades a las que fueron sometidos para poder ganarse un pedazo de pan.