Montar la ópera de Mozart fue una labor grupal en la que los chicos no estuvieron solos: consiguieron la dirección de José Luis Cladera, la presencia de cantantes profesionales -que viajaron de todas las maneras posibles hasta el sur del Conurbano-, y las manos de madres y padres para realizar el vestuario y la escenografía. Sinergia y confusión fueron los polos de la experiencia, una tensión que solo pudo resolverse a través del trabajo en equipo.