Su forma de hacer patria es conquistar estómagos en tierras lejanas. Confían al cien por cien en montar su negocio bien lejos de casa. De Pakistán a Madrid, de Triana al corazón de Donosti o del nublado Candás a Águilas para promocionar las fabes a la vera del Mediterráneo. Chinos de primera generación que renuncian a los rollitos de primavera para traer auténtica comida cantonesa por quince euros el menú o gallegos que proliferan en cualquier rincón de cualquier ciudad. Es la diplomacia de la buena mesa. Son auténticos embajadores.