Durante tres generaciones, la dinastía Kim ha gobernado Corea del Norte con puño de hierro. Han privatizado todo un país a su servicio. Una dictadura familiar que adopta la apariencia de un régimen comunista, salpicado de esoterismo. Mediante la propaganda, mantiene a su población en el reino de las apariencias. Mediante la represión sangrienta y generalizada, impide el nacimiento de opiniones distintas de las dictadas por el "partido".