A principios del siglo XX, el pintor granadino José María Rodríguez Acosta decidió crear a los pies de la Alhambra su carmen estudio, un lugar alejado del bullicio de la Gran Vía malagueña, tan de moda en aquella época, donde poder refugiarse y dedicarse a su gran pasión: la pintura. En la vieja ladera mágica del Mauror, el pintor construyó un singular edificio que nace del jardín. Un jardín aterrazado, que combina elementos arquitectónicos y vegetales de muy diversos tiempos y estilos, como las celosías o los esbeltos cipreses, que nos hacen viajar al pasado nazarí de la ciudad o las esculturas que nos remiten al mundo clásico. Especies como el ciprés, el tejo, el durillo o el arrayán comparten el espacio con rosas, glicinias y frutales, en este jardín donde todo está sabiamente ubicado. El conjunto, coherente y único, está dividido en estancias casi independientes unas de otras, como el Templo de Psique, el Patio de Venus o el jardín de Baco, cada una de ellas con formas diferentes y