Todas las esperanzas de Isabel están puestas en su nieto, Miguel de la Paz, a quien la reina dedica las mayores atenciones. La sucesión de Castilla y Aragón pasa por él. Su repentina desaparición desata la alarma en los reinos Católicos, y tanta ambición en el corazón del archiduque Felipe como dolor y desesperación en el de Isabel. La única opción válida para los reyes es hacer venir a Juana y a su esposo para que las Cortes los juren como herederos, a pesar de todos los inconvenientes conocidos.
En Granada, la revuelta de los musulmanes es tan virulenta que ni el propio Gonzalo Fernández de Córdoba es capaz de sofocarla en el tiempo requerido. Fernando acude y es implacable contra los alzados.