Este capítulo se centra en el estudio de la figura de los censores, como "ángeles guardianes" encargados de impedir que los españoles pecasen, soñando mundos mejores en la oscuridad de los cines en los difíciles tiempos de la dictadura. A través de numerosos testimonios de cineastas e historiadores, se refleja la mentalidad de los "funcionarios de la tijera".