Los corsos son famosos por su independencia, al igual que la flora y la fauna de su isla. Los recién llegados lo tienen difícil, pero una vez establecidos, la isla protege ferozmente a los suyos, ayudada por los paisajes escarpados y la legendaria macchia, el denso matorral aromático que abruma a pueblos enteros si no se mantiene a raya. Arañas viuda negra, mariposas, lagartos y abejas florecen en la macchia. Los murciélagos dominan los pueblos desiertos. Las montañas de Córcega fueron el hogar original de todos los muflones de Europa. Separados por barrancos, llegaron a convertirse en dos subespecies distintas. En cambio, el ciervo rojo corso fue cazado hasta su extinción, y luego repoblado desde la vecina Cerdeña. Salamandras, tortugas y los famosos cerdos híbridos completan el cuadro en tierra, mientras que milanos, abejarucos y trepadores ocupan los nichos aéreos.