En 2003, la coalición liderada por Estados Unidos invadió Irak y derrocó al régimen de Sadam Hussein. Esta decisión marcó el comienzo de una cruenta guerra civil de consecuencias perniciosas como la desestabilización del país y la expansión del Estado Islámico en Oriente Medio. Más de veinte años después, Irak se encuentra en un estado de crisis económica permanente, plagada de corrupción generalizada y con unos alarmantes niveles de desempleo. La población está sumida en la pobreza y para muchas de estas personas, la única manera de salir adelante es vender uno de sus órganos.