Diez años después del boom, el paisaje sigue plagado de cadáveres inmobiliarios: bloques de pisos convertidos en esqueletos de hormigón, instalaciones deportivas mudadas a amasijo de hierro, edificios financiados con dinero público que nunca abrieron sus puertas, macro urbanizaciones de decenas de viviendas en las que se invirtieron miles de millones de euros y que llevan una década abandonadas. No se usan, no se derriban. Solo sirven de recordatorio.