Aunque es la ciudad más antigua de la península el Cádiz que hoy tenemos ocasión de ver es básicamente un Cádiz del siglo 18. Limitada por el océano en toda su periferia, se trata de una ciudad terminada, limitada por el mar y por si misma. Los distintos asedios, la precariedad de la zona, el tenue desarrollo industrial han hecho de los gaditanos unos maestros en el arte de la supervivencia: el mar, la cultura y el humor sus principales armas; ahí está el carnaval más importante de toda la península. Pero da gusto visitar sus mercados, bañarse en sus playas y sobre todo, pasear por sus calles y plazas, por el barrio del Pópulo y el Mercado de las Flores. La decoración trepidante del casino, el interior isabelino de la Diputación, el Teatro romano, el castillo de Santa Catalina que al igual que muchas iglesias parece Sudamérica en estado puro, los ficus gigantes de la Alameda, el Oratorio en el que se proclamó la Constitución de 1812, el centenar de torres vigías que aún se conservan, e