Sevilla, centro económico de los reinos peninsulares, fue la sede de la boda de Isabel de Portugal y Carlos V. La celebración fue fastuosa. Las entradas triunfales constituían un homenaje a los mismos. Los nobles competían en el lujo de las fiestas que más tarde se trasladan a Granada. Tapices, torneos, toros alegraban las ciudades. El arte de la danza distinguía al cortesano y era escenario de la moda en una corte donde todo estaba normativizado.