Pensemos en un río. Sus aguas se desplazan majestuosa o impetuosamente, podemos apagar nuestra sed en él sin que nos pida nada a cambio. Un río es la viva imagen de la vida, imparable y generosa. Por tanto, puede morir. O ser asesinado. El Ganges está siendo víctima de un crimen de lesa naturaleza, y todos son cómplices: los que lo tienen por sagrado, lo matan porque lo es; los que no ven en él nada divino, porque no lo es. Una paradoja asesina para el río… y suicida para los que de él viven.