En 1665 se produjo en la capital cacereña un fuerte brote de peste que diezmó a gran parte de su población. Cuenta la leyenda que muchos de los habitantes de la villa se encomendaron a la Virgen de la Encarnación de Monserrat, que ya comenzaba a conocerse como Virgen de la Montaña. La intercesión de la Patrona fue para algunos la causa del fin de la pandemia y el inicio del fervor a su figura.