Teodoro, el padre de Alexander, confiesa a Sara, que cuando llegó el cambio de recoger sus cultivos de manera manual a mecánica, sufrió una depresión muy grande, que duró dos años, porque no funcionaba bien la maquinaria al principio y tampoco sabía manejarla la persona que la conducía. Debido a ello, destrozaba gran parte de la plantación de tabaco y, después de lo invertido en la nueva maquinaria, estuvo a punto de perderlo todo. Por suerte, se puso en manos de profesionales y le ayudaron también su familia, su gente, aunque su mejor medicina fue unas cabritas que tenía. Empezó a levantarse por las mañanas para atenderlas, darles un paseo, estar con ellas y, poco a poco, fue saliendo de esa difícil situación. Ahora, reflexiona sobre lo que ocurrió y está feliz de que aquellos animales necesitasen de él, porque gracias a las cabras hoy, su vida de jubilado, la vive con energía y muy a menudo, pasa por el cultivo del tabaco, para saber cómo le van las cosas a su hijo y a su mujer.