Cuando se llamó Augustobriga nadie lo suponía. Cuando se encargaron al Greco algunas de sus mejores obras desde Talavera la Vieja nadie lo sospechaba. Pero en los años sesenta del siglo XX desapareció barrida por las aguas. Sus antiguos vecinos la apodaron Talaverilla y la llevan aún, presos de un auténtico naufragio sentimental, anclada en el mar de su memoria.