Los festejos organizados para celebrar el Centenario de la Revolución de Mayo en 1910, en tanto instancia de validación de las aspiraciones y realizaciones de la generación del ’80, sirvieron de marco a un proceso celebratorio-conmemorativo que cobró un ímpetu especial llegando a adquirir el carácter de elemento reparador de antiguas “deudas patrióticas”. Todos aquellos homenajes con los que la Patria aún estaba en deuda, debían saldarse en ese momento. Cada héroe y cada evento de la historia patria debían “fijarse” en la memoria y adquirir un valor fundante. Paralelamente, la celebración se convierte en la “gran fábrica de oportunidades” y en la meta de consagración de artistas nacionales y extranjeros.