Si hay algo en común entre pobres y ricos en Brasil es su amor por su cultura, su historia y, especialmente, por el carnaval. Todo un año de preparación encuentra su punto cenital en lo que para muchos es el mayor espectáculo del mundo. Durante varios días gente de toda índole se olvida de todo lo demás para disfrutar de la alegría de las escuelas de samba y el color de las carrozas que febrero trae al país latinoamericano en una fiesta que no sabe de favelas, de crimen o de desigualdad.